Tendría yo entre 7 o 9 años cuando cuando aprendí esta canción de cuyos versos fue autor Miguel Hernández “Vientos del Pueblo me llevan”.
Recuerdo que la aprendí en uno de esos largos y eternos puentes vacionales en que todos mis compañeros de hospital podían ir a sus casas porque eran de la provincia de León, menos yo, que era de Valladolid y mis padres no podían costearse tanto transporte para cuatro días porque más de la mitad del salario de mi padre se destinaba a sufragar el gasto que reportaba mi estancia en aquel lugar en el que confiaban que saldría curada. Y curada salí, pero de espanto.
En aquellos días de ocio las chicas del servicio auxiliar y de limpieza del hospital que también residían allí, se hacían cargo de mi permanencia para que no estuviese sola en aquella gran habitación, que era además comedor y “escuela”, cuando se quedaba vacía.
Era la época en que la juventud empezaba a desmelenarse y a escuchar en aquellos primeros magnetófonos canciones prohibidas. Una de aquellas chicas del servicio Rosi, a la que recuerdo con muchísima gratitud y cariño porque sabía proporcionarme como nadie el calor y cariño que a esa edad te otorga la familia, escuchaba clandestinamente esta canción al lado de sus compañeras como si de un gesto heroico se tratara. Y sin duda así era. Al ver que como la tarareaba y recitaba, que ya me la sabía, Rosi satisfecha al lado de las demás se reía con un gesto esperanzado y me decía.
- Delante de las monjas no la cantes nunca, que no veas tu la que se lía.
Aunque para entonces a mi edad no entendía el por qué, en aquel lugar y porque Rosi en quien yo siempre confiaba me lo había pedido, nunca la cantaría.
Pasaron los años y en uno de sus viajes veraniegos de Francia a España mi tío me trajo como regalo por deseo expreso e insistente mío el primer magnetófono que entró en nuestra casa, acompañado de unas cintas con música republicana y clandestina que traía también para mis hermanos y solo podía adquirirse en Francia, junto con el mitin que dio la Pasionaria en Montreuil, Paris, en 1971 ante 50.000 personas antes de la muerte del dictador en el que terminaba diciendo “Y no os digo adiós, sino hasta siempre en Madrid”, que tantas veces yo repitiera como un gesto de esperanza, de desahogo y exaltada tal como lo transmitiera y contagiara Pasionaria.
El Himno de Riego, La Internacional, El pozo Marialuisa, Aceituneros y otras, entre las que estaba Vientos del Pueblo me llevan de Miguel Hernández y cuya letra podía recordar tan claramente como el día en que la aprendí y la dejé de cantar, eran aquellas canciones que nos trajera nuestro tío desde Francia.
Mi hermano se sorprendió mucho al ver que me sabía la letra que espontáneamente iba saliendo de mi y le conté donde y de que manera la había aprendido. Entonces el me habló de Miguel Hernández y de su poesía prohibida. Años después mi hermano recaudó fondos de todas sus propinas y más que pidió para regalarme la primera publicación permitida en España tras la dictadura, de la obra poética completa de Miguel Hernández, que compró en Galerías Preciados y le costó una cantidad más que considerable para la época, tal vez como un gesto más de prohibir por imposibilidad económica el acceso a la cultura del pueblo.
El primer poema del libro que con tanto cariño me regaló y dedicó mi hermano, que quise leer fue “Vientos del Pueblo me llevan”. Conservo el libro como oro en paño y cuando se abre, de tantas veces como al poema me he aferrado, el libro se suele abrir por la página en que aparece, la 296.
Y ahora vienen las SGAE a querernos cobrar por lo que ya es nuestro. La palabra y la poesía por la que muchos de sus representantes un día lucharon y fueron perseguidos o clandestinos como lo fuera la entrañable Rosi, en el año en que se celebra el centenario del nacimiento del poeta que les inoculó una humanidad ya desterrada y transformada en despropósito interesado.
Los vientos del pueblo están cambiando.
-
Vientos del pueblo me llevan
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.
Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.
Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
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