Pau Farràs
El nadador de moda, Michael Phelps, empezó a nadar porque era la actividad que más le ayudaba a focalizar su atención. El pequeño Phelps tenía trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), un desorden del comportamiento que afecta a entre un 2 y un 5% de los jóvenes.
Nadie ha conseguido más medallas olímpico ni más oros que el nadador de Baltimore, del que se suele destacar su apetito competitivo y sus primorosas cualidades físicas. ¿Pero qué puede enseñar su TDAH a los padres de niños con TDAH?
Según un artículo de The Guardian sobre él, de pequeño era capaz de aguantar cuatro horas sentado para esperar a competir en la piscina. Su madre, por ejemplo, recuerda que era incapaz de concentrarse en nada. Lo milagroso era que un deporte como la natación, dado a largas sesiones de entrenamiento y singularmente monótono en comparación con otros deportes, consiguiera sacarlo de su dispersión.
Pero en el fondo solamente se trata de que cada cual encuentre su motivación. Cada persona puede ser un genio, pero debe encontrar la materia en la que puede destacar. El mismo Einstein, probablemente el científico más conocido de la historia, fue un pésimo estudiante. Salvador Dalí fue expulsado de su colegio. De Mozart se escribió que era extremadamente impulsivo. El mayor inventor de la historia, Thomas Alba Edison, era el último de su clase. Todos hubieran sido diagnosticados como niños con TDAH hoy en día, pero afortunadamente alguien les dio una oportunidad. Tal vez por ello alguno de ellos nos dejó pistas sobre cómo debemos tratar a los niños:
“Si juzgas a un pez por escalar un árbol, toda su vida creerá que es estúpido”. Albert Einstein.
Mostrémosle el ejemplo de Phelps a nuestros hijos. O de Einstein, o de Lincoln, o de Dalí, o de Mozart, o de Edison, o de Allan Poe. Esos pueden ser sus referentes, y también los nuestros.
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