Manuel Rodríguez G.
Hoy descubrí un bello texto a través de una buena persona y amiga, Carmen Dimas.
El escrito, más abajo reproducido, es uno de esos textos curiosos que invita a reflexionar y finalmente a reaccionar, porque lo contrario es doblegarse a la pasividad, docilidad y desidia de esta desvirtuada socialización manipulada de nuestros días.
No hacer nada, no quejarse, conformarse y tirar la toalla sin luchar, cuando la injusticia social e incluso contra lo personal es patente, sólo nos hace cautivos de nuestros miedos y nos relega al ostracismo que nos impone una casta sin valores éticos pero muy enganchada al poder. Sin ese coraje que todos debiéramos mostrar ante impunidades hacia nuestros derechos personales, grupales o sociales; sin esa insumisión y solidaridad ética hacia quienes esperan nuestra cooperación; sin ese esfuerzo por cambiar y rebelarnos ante situaciones cínicas e injustas.; sin todos estos indicadores de decencia ética, deontológica y humana no tenemos derecho a quejarnos jamás.
Finalmente esa pasividad nos relegará a tener lo que nos merecemos, a tragar con quienes nos representan y con quienes nos conducen a un abismo latente, aún a pesar de saber que ese juego social no es justo y sí muy lamentable y decadente, pero en cualquier caso tristemente consentido y/o apoyado por tanta pasividad desidiosa; en cierta forma cobarde.
Habremos prostituido parte de nuestra dignidad personal
Una mañana cuando nuestro nuevo profesor de "Introducción al Derecho" entró en la clase lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:
- ¿Cómo te llamas?
Me llamo Juan, señor.
¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! - gritó el desagradable profesor. Juan estaba desconcertado. Cuando reaccionó se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase. Todos estábamos asustados e indignados pero nadie dijo nada.
Está bien. ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las leyes?... Seguíamos asustados pero poco a poco comenzamos a responder a su pregunta: "Para que haya un orden en nuestra sociedad" "¡No!" contestaba el profesor "Para cumplirlas" "¡No!" "Para que la gente mala pague por sus actos" "¡¡No!! ¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?!"... "Para que haya justicia", dijo tímidamente una chica. "¡Por fin! Eso es... para que haya justicia. Y ahora ¿para qué sirve la justicia?"
Todos empezábamos a estar molestos por esa actitud tan grosera. Sin embargo, seguíamos respondiendo: "Para salvaguardar los derechos humanos" "Bien, ¿qué más?", decía el profesor. "Para discriminar lo que está bien de lo que está mal"... Seguir... "Para premiar a quien hace el bien."
Ok, no está mal pero... respondan a esta pregunta ¿actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?.... Todos nos quedamos callados, nadie respondía. - Quiero una respuesta decidida y unánime.
¡¡No!!- dijimos todos a la vez.
¿Podría decirse que cometí una injusticia?
¡Sí!
¿Por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una injusticia. Todos. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más! Vete a buscar a Juan- dijo mirándome fijamente.
Aquel día recibí la lección más práctica de mi clase de Derecho.
Cuando no defendemos nuestros derechos perdemos la dignidad y la dignidad no se negocia.
Fuente a través de mi amiga Carmen D.
1 comentario:
Completamente de acuerdo con todo lo que comentas! El ejemplo ilustra esa cobardía egoísta e insolidaria que tanto daño hace y está haciendo! Menos mal que no todos/as callamos y otorgamos y menos mal, también, que hay personas que saben impactar para hacer reaccionar! ;) Besos sinceros!
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