Ramón Lobo
REBECCA BLACKWELL (REUTERS).
Aden Salaad tiene dos años y está sumergido en un recipiente de plástico. Por las gotas que quedan sobre su cuerpo se trata de un baño. La parte delantera del recipiente está rota; parece que no permite retener el agua mucho tiempo. Sobrevive en Dagahaley, donde Médicos Sin Fronteras dirige un centro para combatir la malnutrición. Dagahaley es uno de los tres campos que forman Dabaab, en Kenia, la mayor concentración de refugiados del mundo.
Muchos son somalíes. Esta vez no es la guerra la causa de la huida, sino la hambruna. Llegan también refugiados de otras zonas del cuerno de África en las que la sequía es especialmente dura; la peor en 60 años.
Es una hambruna que afecta a 10 millones de personas irrelevantes económicamente en un mundo en el que la relevancia la establece la capacidad de consumo, la capacidad de pagar tus cuentas.
La malnutrición es responsable de la muerte de la mitad de los 13 millones de niños que fallecen al año. Son cifras brutales, invisibles: 5,6 millones de menores de cinco años mueren cada año por falta de una alimentación adecuada. Ante tal desmesura, Occidente prefiere no mirar.
Aden tiene malnutrición. Su familia es pobre, paupérrima. No sabe qué es una tarjeta de crédito ni una cuenta bancaria; no ha oído hablar de la ley de la oferta y la demanda. Su ley económica es simple: solo entiende de escasez y escasez absoluta. Aden no tiene juguetes. No irá a la universidad. Su vida durará la mitad que la nuestra. Aden no sabe lo que es la luz eléctrica ni las duchas calientes ni el agua potable. No conoce ni conocerá el olor de una panadería los domingos (o los viernes) por la mañana. Tampoco sabe que es un periódico o una televisión. Ni sabe que niños como él nunca salen en los titulares.
Más en la web Global Issues.
Un poco más al norte, en la Europa fortaleza, los titulares del día destacan el ataque sobre la deuda de España e Italia dirigido por invisibles reverenciados con un sinónimo amable: 'los mercados'. Esos son los mercados que el 'Financial Times' llama casino. También podríamos calificarlos de especuladores. No es un insulto, solo una descripción: su negocio es especular, sobre todo con el miedo.
El presidente de la UE, Hernan Van Rompuy, ha salido de la parálisis en la que vivía y ha convocado una reunión urgente de los Veintisiete para tratar el asunto. La noticia no es el resultado, que ya se verá, si no el gesto. No está en juego Portugal (segundo ajuste), España o Italia, está en liza el euro. Las Bolsas hacen juego.
Cientos de millones de euros para tapar un vía de agua que se multiplica. El jefe del Banco Central Europeo tiene la receta: más Europa. En el comienzo de la crisis, en noviembre de 2008, se habló de refundar el capitalismo... Aquella voluntad quedó en refinanciar sin cambiar las normas, sin detener a nadie.
Comparar ambos mundos, el de los primeros párrafos y este, sería populista, demagógico. Por encima de los adjetivos quedan los datos, la injusticia, la conciencia de cada uno... Y la música; aquellos conciertos por África en 1985 y 2005. Los músicos no modifican las causas del hambre; en el mejor de los casos, despiertan conciencias que vuelven a dormirse. Es el momento de actuar sobre las causas. No solo es el hambre; es un problema de prioridades, de valores.
http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/07/aqui-no-hay-mercados.html
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