Manuel Rodríguez G.
Terminan hoy mis vacaciones y mañana martes comienza la dura tarea. No me refiero a la del “curro”, del cual estuve exiliado obligado durante tres largos años, para izar a una desgastada niña, debido al cruel y sistemático acoso escolar y discriminación hacia mi hija, y por ende hacia mí por intentar denunciar muy graves hechos.
La dura tarea a la que me refiero es volver a las “ANDADAS“ y tener que proseguir con escritos a diestro y siniestro de una casta deplorable que por no hacer “ni huevo”, ni siquiera se molestan y dignan en firmar unas rácanas líneas con algún absurdo argumento y comunicármelas.
Han sido muchos los escritos dirigidos a la cúpula de distintos mandatarios en sus respectivas Consejerías; en este caso extremeñas: Desde la liderada por el ex Presidente socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, pasando por su elegido, EL MIRLO BLANCO, Guillermo Fernández Vara y ahora, me temo, José Antonio Monago, actual Presidente autonómico de la Junta de Extremadura por el PP.
Respecto al nuevo Gobierno extremeño, he escrito un par de veces al actual Presidente autonómico, Monago; las mismas que a la Consejera de Educación, Trinidad Nogales; varias veces más al Secretario General de Educación, César Díez Solís, e incluso a algún Director General actual, más concretamente al Sr. Bravo Gallego.
Tan sólo una tardía respuesta de César Díez Solís, cual aprendiz de César emperador, donde más que implicarse y preocuparse por este vergonzoso caso de acoso escolar e institucional, ha intentado con una frígida solución lavarse las manos. Manos a las que este que escribe se le prometió en su día por el mismo “Emperador”, pero amnesiadas voluntaria y caprichosamente.
Por el momento las demás respuestas se han saldado con un vergonzoso silencio administrativo, verdadero indicativo del valor que nos dan a los ciudadanos esa casta de nuevos yuppies travestidos de supuesta dignidad, decencia y deber social y patriótico. Disfraces de plásticos por cierto usados a la misma usanza que sus predecesores en sus respectivos cargos y hoy día en la oposición/deposición.
Mientras tanto; y a falta de tanto esperpéntico desaguisado, Silvia, mi hija, parece contar para las instituciones como una vulgar NINI: NI trabaja, NI estudia.
Ella, para quien no conozca esta kafkiana y cínica realidad lleva prácticamente cuatro cursos fuera del Sistema Educativo extremeño gracias a la marginación, discriminación y acoso sustentado y permitido por las propias instituciones regionales.
Ella, Silvia, no existe para toda una Junta de Extremadura, a no ser que el padre, saque a la luz pública con sus escritos y denuncias, las vergüenzas ajenas de ciertas instituciones que automáticamente alertarán a las corporativistas implicadas para mover ficha en esta partida apañada de ajedrez institucionalizado.
Ella, Silvia, ha estado trabajando duro durante todo este tiempo, incluso estudiando y repasando los meses de Julio y Agosto con la esperanza de poder refugiarse cual vergüenza menor para sus detractores educativos en el CIDEAD, para el próximo curso en 4º de ESO, donde le corresponde por edad, esfuerzos y capacidad, pero la rácana respuesta institucional no ha dado para más y a día de hoy no se le permite avanzar, como ya nos sucediese varios cursos atrás.
El Sistema Educativo pretende dar a entender que Silvia es un caso más de la típica NINI. Quizás entre sus agresivos miedos y vergüenzas esté el que a pesar de las inhabilidades de la niña, debido a su acusado déficit atencional, el padre pueda demostrar que ayudándola y sin haber tenido que asistir durante cerca de cuatro cursos a centros de tortura psicológica, ella sea tan válida como cualquier otro estudiante, a pesar de haber sido marginada, discriminada, desatendida y en modo alguna apoyada en sus necesidades educativas específicas en su etapa en la escolarización presencial.
Silvia definitivamente debe ser una NINI o al menos el Sistema Educativo así lo pretende.
A mi, si nadie muy urgentemente no lo remedia, me obligan una vez más a realizar las duras tareas que vengo realizando mediante crudos escritos de denuncia pública, desde hace ya siete dilatados años. Se lo debo a mi hija y, por qué no decirlo, a mi dignidad personal…
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