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ERA CAMINANTE CONVENCIDO Y NOCTÁMBULO CALLEJERO ...

Buscaba independencia por inquietud personal y libertad por derecho propio. Quiso conquistar la amistad de su dignidad, pero para ello tuvo que pagar una absurda y cínica deuda jamás contraida, que fiscalizó su vida y la de los suyos. Finalmente cayó en la trampa de la tarántula institucional, de la que sólo le separa una fría y seca tapadera semiabierta...

Acoso. Grabación en octubre de 2009

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martes, 27 de enero de 2015

Malnacidas (Esas jóvenes hijas de puta)

 

suicidio2

Manuel Rodríguez G.

Acabo de encontrarme con un artículo del excelente escritor Arturo Pérez-Reverte, donde como viene siendo costumbre – atípica sana costumbre en un nada apocado pensante insumiso de nuestra lánguida libertad pseudodemocrática-  califica a cada quien con su referencia más precisa: en este caso como HIJAS/OS DE PUTA.

Uno no es tan valiente, ni tan directo a la hora de nombrar a cierta gentuza, como lo hace tan maravillosamente mi apreciado Pérez-Reverte. Aunque cientos de veces he recordado a esas HIJAS/OS DE PUTA, sólo las he referenciado como MALNACIDAS/OS porque se dice por aquí por este territorio de demasiados cobardes donde malvivo, que pudiera ser que pudiera que sus madres fueran hasta buenas personas, hasta “santas”, pero no por ellos sus hijas/os dejan de ser verdaderas HIJAS/OS DE PUTA. Personalmente he podido constatar en no pocas ocasiones que su condición le vienen a muchas/os de casta; es decir ellas/os y sus madres son unas verdaderas HIJAS/OS DE PUTA, aunque no por ello debo llamarlas a ellas y a sus madres con esa “pertenencia”, sino apocadamente solo MALNACIDAS porque insisto, pudiera ser que pudiera que  sus abuelas o madres de sus madres fueran hasta buenas personas, hasta “santas”…

Me temo que seguiré encontrándome demasiado tiempo y demasiadas veces en este pueblo mío con las/os MALNACIDAS/OS, que putearon y putean a mi hija; con esas HIJAS/OS de PUTAS a los que sólo los llamo así cuando los miro y les acuso con una inmensa mirada de desprecio por el enorme daño que nos hicieron; por supuesto a esas alimañas y a quienes permitieron que un minante acoso y derribo se diera contra nosotros.

Especial mención y recuerdo en estos días a una HIJA DE PUTA; perdón quise decir MALNACIDA, a la que Don Dinero en su momento a través de “papaito”, la colocó en la poltrona de máxima responsable de un centro dependiente de una Caja de Ahorros de todos conocida, para que la “princesita” dirigiera un colegio de alumnado con muy graves problemas  y a los que – me contaron autoridades – no dudó en esconder y silenciar muy graves sucesos entre ellos. Por supuesto la zafia HIJA DE PUTA, - disculpas al lector – sólo  lo decía de pensamiento, ya que solo quería escribir MALNACIDA;  por supuesto como decía, la muy harpía no dudó en defender su “ética y profesionalidad” atacando a víctima y familia y, cómo no, apoyándose en bulos y rumorologías que en su día se habían construido con gente tan HIJA DE PUTA,  como esta MALNACIDA…

Quienes se sientan ofendidos o sencillamente crean inoportunos, soeces y poco correctas ciertas expresiones calificadoras les invito a empatizar con la madre de Carla -principal víctima viva de este estado imperante nuestro- Su hija ya no está con nosotros.

A quienes,  (como yo, mi hija y mi familia) habéis sufrido este terrorismo psico-social no hace falta comentaros nada. Desgraciadamente sabeis de qué hablamos Triste

Os dejo con el crudo, pero interesante, honesto y valiente escrito de Pérez-Reverte

Esas jóvenes hijas de puta

Arturo Pérez-Reverte

http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/arturo-perez-reverte/index.html

Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que menos pronuncia.

Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida.

Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla.

Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.

Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin. Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.

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jueves, 1 de enero de 2015

¿Feliz Año Nuevo? Ayer como tantos días…

Copa rota

Manuel Rodríguez G.

Como mucha gente, debería dar la bienvenida a este otro "Feliz Año Nuevo", pero no lo haré. Ni me apetece ni quiero entrar en ese juego hipócrita e indecente que en muchos casos, representan fechas como estas.

Aunque soy agnóstico, no por ello respetuoso con las creencias y filosofía de la gente, supongo que ese “espíritu navideño” surgió de lo que la tradición cristiana quería plasmar y transmitir con el nacimiento del “Mesías” y lo que ello representaba para un colectivo cada vez más numeroso.

Lejos de ese inicial espíritu de solidaridad, paz, armonía y apoyo a los demás, que originariamente representaba esa fe, observo un exceso de superficialidad, de competitividad, a veces de narcisismo egocéntrico, de consumismo, de rivalidad, de hipócritas alabanzas nada sentidas, de falsas comprensiones hacia los demás. En definitiva observo demasiada frialdad para con las necesidades de los demás; demasiada hipocresía para la realidad actual de tanta gente necesitada y anclada en una muy dañina pobreza material, de recursos económicos. Curiosamente denostados por otra pobreza menos llamativa, tan extensiva como la primera, aunque más lamentable: la pobreza ética de quienes quieren ocultar o sencillamente pretenden ningunear tristes realidades sociales.

Ayer, como cualquier otro día, cené junto a los míos (Silvia, Daniel y nadie más) lo que mi economía me deja y lo que mi realidad y mis sinsabores me permiten. Ayer noche me adentré inconscientemente a reflexionar sobre las realidades de demasiada gente que seguro no pudieron llevarse un buen trozo de carne o de pescado a sus estómagos, penados a casi ayunar en esa última cena del moribundo 2014, y eso me producía cierto mal sabor cuando intentaba masticar, con bastante monotonía una carne jugosa en su continente y contenido, pero apática en su contexto final de año.

Ayer también me evadí y viajé a mis años de adolescencia, cuando esa cena y esa noche eran especiales y duraderas por lo mucho que representaban. Tras ella, se presagiaban momentos de alegría, compañía anhelada y mucha mucha jovialidad, en una extensa noche que por especial se hacía breve pero intensa. Noche ilusionante como la que debe amparar una edad tan crítica, pero a la vez tan motivadora y a la vez tan utópica como representa ese cambio radical que es la adolescencia.

Ayer, como cualquier día tuve que callar, esconder y tragarme, sentimientos nada dulces ni acogedores: Mi hija, una vez más seguía penitente y castigada a seguir viviendo en soledad su triste adolescencia, su condena eterna impuesta por tantos miserables y apoyada por la complicidad y complacencia de demasiados hipócritas de este cobarde lugar que me ha tocado vivir; miserables que a esa hora estarían disfrutando de sus sueños y conquistas ganadas; aún a pesar de las muchas falacias, falta de empatía, inconsistencias, juegos sucios y falta de ética usados en su día a día.

Ayer mi hija, una vez más, estuvo penada a no soñar ni disfrutar de una merecida amistad, de un grupo con el que proyectar su original y ya antigua alegría. Ayer mi hija estuvo castigada a seguir viviendo forzosamente con su única compañía: la dura y minante soledad. Mi hija sufre una pobreza extrema de compañía grupal desde su más tierna infancia. Se la debe a un extenso colectivo de malditos pobres de ética, dignidad y empatía, que lejos de ayudarla y ser solidaria con sus dificultades la exiliaron a una exclusión total en sus pseudocolegios de plástico inmaculado, para proyectar bulos y muy dañinos rumores locales a costa de esconder una falta total de ayudas para paliar su déficit atencional. Esa dejadez del sistema escolar provocó una indefensión y falta de pertenencia total al grupo que finalmente dio lugar a un desgastante proceso de acoso escolar que llegó a ser muy intenso y minante; tanto que se vio obligada a dejar sus colegios con apenas 11 años.

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El cuaderno de Guillermo NO, gracias (Acoso escolar e institucional extremeño)

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