Manuel Rodríguez G.
Son múltiples los obstáculos a que son sometidos los afectados (y familiares) por este real y minante trastorno tan muy mal conocido (TDA/H), aunque del que ampliamente se divaga, se mitifica e incluso se enmarca por los más radicales comparándolos con un “don celestial” unos; y otros como simple invención y explotación de diversas multinacionales farmacéuticas.
Por un lado el infradiagnóstico y por otro lado, aunque parezca chocante, el excesivo número de falsos positivos diagnósticos hacen que la desvirtuada visión social de este trastorno neurobiológico y genético sea sometido a una contundente y negativa campaña de desprestigio, donde, lo que a mí al menos me queda claro es que existe un déficit notable de medios y de buenos profesionales conocedores de esta patología, especialmente paidopsiquiatras o psiquiatras infanto juveniles (donde en España apenas se cuenta con una treintena).
Por otra parte, los muchos intereses económicos ligados a las poderosas industrias farmacéuticas repercuten directamente en el, a veces, poco escrúpulo a la hora de prescribir psicoestimulantes por titulados que en no pocos casos cuentan con una pobre experiencia clínica e incluso una falta notable de sólidos conocimientos de este trastorno; cuando no son cautivados por prebendas varias, que cual golosina de lobbies adornan además no pocos carteles de simposios, congresos y otros encuentros subvencionados, cómo no, por conocidas multinacionales ligadas a la industria farmacéutica.
Desgraciadamente el repetido pero prácticamente inexistente tratamiento multimodal necesario para los afectados no se verifica; especialmente en el contexto escolar, verdadero campo de batalla y experiencia para estos niños que, indudablemente se desgastan, frustran y son carne de cañón en esa peculiar sociedad estudiantil, que ni los comprende ni mucho menos los atiende y en muchos casos los excluye. Esa desidia e hipócrita actitud y aptitud generalizada del Sistema educativo (apoyada por otras corporativistas instituciones), hacia las teóricas adaptaciones y apoyos hacia este grupo de alumnado, finalmente presiona, empuja y somete a no pocas familias a afiliarse a la absurda creencia de la “pastilla milagro”, como si el fármaco fuese la panacea y remedio para estos chicos.
Obviamente a corto plazo los gastos ocasionados por las distintas administraciones es mucho menor cuando se depende exclusivamente de la medicación (unas veces necesaria, otras recomendables; otras absurda), dado que el tratamiento psicoterapéutico, conductual, cognitivo e incluso formativo del profesorado implicaría un incremento notable del gasto. En mi opinión un gasto preventivo, necesario y vital para las expectativas de estos afectados, que guste o no, serán parte en un futuro cercano de la sociedad que nos representará. Un gasto quizás importante pero, sin duda alguna, una inversión de futuro que paliaría con creces las crudas expectativas de muchos futuros adultos y por qué no prever, de un ahorro considerable en gastos sanitarios, sociales y de naturaleza afines en un futuro cercano.
Tengo claro que como cualquier trastorno, el TDA, con o sin hiperactividad, interfiere negativamente en el día a día de nuestros hijos (incluso de nosotros mismos), obstaculiza, frena y, en no pocos casos, incomunica, discrimina o margina, puesto que como antes decía, es un trastorno muy mal conocido y ampliamente malinterpretado mitificado y polucionado en el entorno social, educativo e incluso sanitario. Un trastorno que raramente se presenta puro y aislado, sino por el contrario comorbido con otras patologías y, por tanto, muy peculiar e individual en cada caso, lo que hace que sea más complicada su identificación y, sobre todo, su correcto diagnóstico.
Sin duda alguna, los grandes perjudicados son los afectados, a los que como vicio frecuente se les denomina niños TDAH o simplemente TDAH. Niños con TDAH, pero no TDAH. Niños con TDAH, pero también y sobre todo niños con otras características personales e inherentes a su personalidad, a los que si sabemos manejar y apoyar podremos encontrar, relanzar y descubrir ciertas habilidades que contribuyan a motivar, entusiasmar e ilusionar el potencial personal que cada niño en particular pueda poseer. Es ese potencial quizás, el que permita que ese niño finalmente se desvista de esa pesada T. T de trastorno minante al que hay que ganar para que el niño pase a ser hábil en determinados campos, pero niños sin trastorno finalmente, que sepan nadar en esta complicada sociedad y con cierta armonía, seguridad, dignidad, y por qué no, alegría, aunque con la impulsividad, hiperactividad y/o déficit atencional que siempre llevarán como equipaje fijo, pero nunca como totalidad.
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