Manuel Rodríguez G.
Hace unos días me llegó el mensaje de una madre, donde, grosso modo, me expresaba el calvario que vive, gracias a las secuelas (supongo de por vida) que su hijo padece debido al acoso escolar que ha sufrido y sufre en un instituto. Me contaba cómo, a consecuencia de ese bullying, su hijo volcaba su frustración y desesperación, en forma de actitud agresiva contra ella. Agresividad latente y acumulativa que desgraciadamente es una constante de cualquier víctima de acoso. Agresividad que nace, crece y se desarrolla como consecuencia de la dejadez, injusticia, insolidaridad y síndrome de negación de quienes deberían aportar respuestas, administrar justicia, apoyar a la víctima y motivar y arropar a quien ha sido maltratado. Agresividad malamente encauzada con el mensaje erróneo que su hijo interpretaba, como única solución a su minada autoestima y desesperación y que la madre, otra víctima más de ese cáncer psicológico, me expresaba.
Al final, como agria constante dañina, la soledad, tristeza, desamparo y desesperación total de esa madre hace mella en ella, que impotente se ahoga en una cruzada junto a su hijo, sólo que asume como única guerrera no sólo esa batalla contra este terrorismo psicosocial, sino además el castigo de tener que soportar los amargos frutos que su hijo, víctima escolar, vomita involuntariamente contra ella…
“… se ha puesto violento y agresivo conmigo porque soy la persona que más quiere y la mas débil”.
“…ha sido víctima de BULLING, ha aprendido a que el más débil pierde y sólo sabe comunicarse con agresividad. He luchado como una loca pero se encerró en si mismo y soltaba en casa toda la mierda que tragaba en el Instituto. He estado sola en esta lucha y ya no he podido más. Ahora estoy sufriendo por el sentimiento de culpa. Estoy pasando mi dolor volcandome en el pequeño. Los siquiatras sólo dan pastillas…”
“…Pero el pobre ha sufrido en silencio, ha reventado y me ha hundido a mi, mi salud va deteriorándose, voy a pedir ayuda para mi…”
“…Aquí han ido viendo como me hundía y pedía ayuda…”
Estimada A: Siento mucho lo que estás pasando y veo, por lo que cuentas, cómo se reproducen las secuelas de las vivencias de tu hijo. Agresividad latente, tras verse incomprendido, no apoyado y sentenciado a ser carne de cañón porque unos malnacidos decidieron acosarle y derribar su autoestima. Por desgracia esa agresividad a menudo se escupe a horcajadas con quienes sienten PRÓXIMOS en una desigual ley de acción y reacción. Vierten el veneno que han sido obligados a tragar y lo trasladan equivocadamente a la gente CERCANA, que como ellos viven con la sensación de un vacío y una injusticia sin igual. Incapaces de defender su baja autoestima con esos depredadores que lo minaron psicológicamente, incluso con aquellos que siendo testigos mudos nada hicieron, agreden a VERDADEROS familiares con respuestas llenas de actitudes agresivas y radicales, no siendo conscientes que estos mismos CERCANOS también comparten tristeza y no pocas veces incomprensión de los demás.
Son víctimas que canalizan torpemente esa frustración. Frustración debida a la falta de respuestas del por qué les tocó a ellos. Frustración construida con una elevada dosis de aislamiento social y falta total de pertenencia a grupo alguno, tan básico en esta compleja edad. Frustración en definitiva que da lugar a una terrible sensación de inseguridad propiciada por el entorno escolar que los exilia al mayor de los flagelos: la incomprensión, apatía y exclusión socio-emocional. Con esos parámetros prácticamente son incapaces de poder ver que esos PRÓXIMOS son seguramente su salvavidas y únicos ALIADOS; no hablo de allegados o personas físicamente cercanas; ni siquiera de quienes demasiadas veces se hacen llamar familiares de sangre, aunque a veces son extraños emocionales e incluso caducos empáticos con la víctima, cuando no burdos críticos de su situación.
Lamentablemente a veces, ese dolor y soledad acumulados maceran sin parar y un mal día esos presos de tanta injusticia social, castigados al ostracismo de la incomprensión y desidia general, deciden tomarse la justicia por su cuenta, sólo que esa “justicia” sembrada de odio y demasiado dolor, puede dar como resultado algún suceso lamentable, gracias a unos efectos secundarios de un virus oculto por toda una sociedad cínica, cobarde y nada empática, que en modo alguno intervino, previó ni se solidarizó con la víctima y su polucionado entorno socio-escolar. Son las consecuencias de un terrorismo psicológico, consentido por demasiados actores y testigos mudos y, lo peor, disfrazado no pocas veces por demasiadas instituciones, nada garantes …
Todo mi apoyo desde aquí, estimada A. Va para ti
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