Manuel Rodríguez G.
Aunque el tema no es novedoso, os dejo con una publicación sobre la erosión que produce el bullying: el daño psicológico, y físico infringido. Éste último producto de las somatizaciones ocasionadas por este cáncer cobarde y silencioso denominado ACOSO, que mina a escondidas y destruye sistemáticamente y a lo largo del tiempo a víctima e incluso, me atrevo a afirmar, al entorno familiar próximo. No es extraño incluso encontrar a víctimas que, en esa lucha desigual y en soledad, tengan que lidiar en casos extremos con algún tumor. En este caso ya con dos: el cáncer psicológico producido por un agente patógeno maligno y conocido, aunque normalmente consentido (hostigador); y el cáncer físico, producto de ese desgastante terrorismo contra la víctima a lo largo de demasiado tiempo…
Os invito, para finalizar, a visualizar los vídeos añadidos, donde una doctora que ha sufrido mobbing, habla sobre el estrés postraumático generado y la implicación de una hipertrofia amigdalar y otros órganos cerebrales en ese proceso de violencia/terrorismo psicológico sufridos.
Fotografía: Resultados del Cuestionario de Acoso y Violencia Escolar (AVE) en un conocido caso ninguneado por demasiadas instituciones.
Publicación aludida:
R. I.@abc_salud/ MADRID
El acoso escolar 'pasa factura' a largo plazo sobre la salud de las víctimas
Los acosados sufren secuelas emocionales, como un mayor riesgo de ansiedad y la depresión, pero ahora ya se sabe que también más dolor y predisposición a otras enfermedades.
Inflamación, dolor y más predisposición a caer enfermos. Estás son las «secuelas físicas» a largo plazo del acoso escolar o bullying, además del impacto sobre la salud mental de las víctimas. Y, paradójicamente, los «hostigadores» experimentan beneficios en su salud al ascender su «estatus social» a través de la intimidación. Lo dice un estudio de la Universidad de Duke (EE.UU.), que se publica en «The Proceedings of the National Academy of Sciences» (PNAS).
No es éste el primer trabajo que asocia el acoso escolar con un deterioro a largo plazo de la salud de las víctimas. Estudios anteriores ya habían sugerido que las víctimas de acoso infantil sufren secuelas sociales y emocionales en la edad adulta, como un mayor riesgo de ansiedad y la depresión. Sin embargo, se sospechaba que los niños intimidados también presentaban problemas de salud más «física», como dolor y enfermedad. De hecho, un reciente trabajo del Hospital Infantil de Boston (EE.UU.) publicado en «Pediatrics» advertía hace un par de meses que las secuelas del «bullying» se prolongan durante la vida de la persona acosada. Y, cuanto más largo y peor haya sido dicho acoso, más grave y duradero será el impacto en la salud de un niño, aseguraba el informe. La investigación demostraba que el acoso escolar a largo plazo tiene un impacto severo sobre la salud del niño y que sus efectos negativos se pueden acumular y empeorar con el tiempo.
Paradójicamente, los «hostigadores» experimentan beneficios en su salud al ascender su «estatus social» a través de la intimidación
En el trabajo que ahora se publica en «PNAS», se constatan las «consecuencias biológicas de la intimidación» identificadas a través de un marcador físico, como es la inflamación. Según el coordinador del trabajo, William E. Copeland, «cuantificar la inflamación nos ofrece un mecanismo de cómo la violencia infantil puede afectar al funcionamiento de la salud a largo plazo».
Se trataba, apunta Copeland, de «comprender» cómo el acoso escolar puede tener un «impacto más tangible» sobre la salud de sus víctimas cuando sean adultos. Para ello, los investigadores han empleado los datos del «Great Smoky Mountains Study», un estudio poblacional con información de 1.420 personas obtenido durante más de 20 años. Los sujetos fueron seleccionados al azar para participar en el análisis prospectivo, por lo que no tenían un mayor riesgo de enfermedad mental o de haber sufrido acoso.
Marcador de inflamación
El «Great Smoky Mountains Study» incluía entrevistas a todos los participantes a diferentes edades: durante su infancia, adolescencia y juventud. Y, entre otras cuestiones, se les hacía preguntas sobre el acoso escolar. Además, los investigadores tomaban muestras de sangre de todas las personas entrevistadas con el fin de analizar determinados factores biológicos, entre ellos la proteína C-reactiva (PCR), un marcador de la inflamación y un factor de riesgo para algunas enfermedades, como el síndrome metabólico y la enfermedad cardiovascular.
Y los resultados mostraron que los niveles de esta proteína estaban afectados por una variedad de factores, como la mala nutrición, la falta de sueño y la infección, «pero también por factores psicosociales», afirma Copeland. Así, el investigador explica que al poder conocer los previos niveles de la proteína de los participantes, «incluso antes de haber sufrido acoso escolar, podemos tener una mejor comprensión de cómo la intimidación podría cambiar la trayectoria de los niveles de la PCR».
La 'recompensa' de acosar
En el caso concreto de este trabajo, los investigadores dividieron a los participantes en tres grupos: víctimas del acoso escolar, aquellos que eran a la vez agresores y víctimas y quienes únicamente eran acosadores. Y aunque los niveles de la proteína C reactiva aumentaron en todos los grupos cuando llegaron a la edad adulta, las víctimas de «bullying» durante la infancia tenían unos niveles mucho más elevados cuando eran adultos que los de los otros dos grupos. De hecho, los niveles de PCR aumentan en proporción al número de veces que los individuos son acosados.
Y los resultados arrojan un dato sorprendente: los acosadores ven recompensada su acción y logran que sus niveles de la PCR sean los más bajos, incluso inferiores a los de aquellas personas que nunca habían sido acosados. Así lo muestran los datos: los adultos jóvenes que habían sido a la vez acosadores y víctimas cuando eran niños tenían niveles de la PCR similares a aquellos que no había recibido acoso nunca, mientras que los agresores tenían los niveles más bajos. Es decir, ser un acosador y mejorar el estatus social puede proteger contra el incremento de este marcador inflamatorio.
Uno de cada cuatro niños españoles sufre acoso, y 500.000 lo padecen de forma intensa
Aunque el acoso escolar es más común y se percibe como menos perjudicial que el abuso infantil o el maltrato, los resultados sugieren que la intimidación puede alterar los niveles de inflamación en la edad adulta, de forma similar a lo que se ve en otras formas de trauma infantil. «Hemos visto que el papel de un niño en el acoso escolar –víctima o acosador- puede servir como un factor de riesgo o protector para la inflamación», apunta el autor del trabajo.
Aunque el estudio demuestra que ascender en la escala social parece tener una ventaja biológica, Copeland recuerda que hay otras muchas formas de en las que los niños pueden tener «éxito social que no sean intimidar a otros». Y de hecho proponen trabajar en reducir el acoso escolar como una vía para promover la salud física y emocional y disminuir así el riesgo de enfermedades asociadas con la inflamación.
Según el informe Cisneros X, el mayor estudio de acoso escolar realizado en España sobre una muestra de 25.000 niños de entre 7 y 17 años de 14 comunidades españolas, uno de cada cuatro niños españoles sufre acoso, y 500.000 lo padecen de forma intensa.
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